"Las ideas son menos interesantes que los seres humanos que las inventan" FranÇois Truffaut

domingo, febrero 08, 2015

Adam Curtis: Bitter Lake (1ª parte)

Que Adam Curtis es un tipo especial de documentalista: alguien que hace ensayos fílmicos, fundamentalmente sobre temas políticos.  Gracias a la BBC, ¿en qué otra televisión del planeta sería posible la libertad y la financiación para realizar estos documentales personalísimos sobre la realidad política desde un punto de vista filosófico? Curtis está elaborando una obra tan completa como compleja sobre la que es su tesis de fondo: la sustitución del poder político por el poder económico como guía de la actividad social e individual humana.



Con filosófica quiero decir que combina distintos puntos de vista, aproximaciones, geografías, tecnologías y ciencias para tratar de elaborar una perspectiva trascendental, omniabarcador e inclusivo, a medio camino entre el ojo de halcón de una retransmisión deportiva y el punto de vista de dios.  De ahí que en su último documental, Bitter Lake, mencione como un referente la película de Andrei Tarkovski, basada en el novela de Lem, Solaris: un nave espacial llega a un planeta cubierto por un océano y lo bombardea.  El planeta acuoso que resulta tener conciencia bombardea a su vez a los astronautas con sus seres más queridos, como si fueran resucitados, que extrae de sus recuerdos gracias a su poder telepático.  Lo que plantea Solaris es la vieja cuestión filosófica de cuáles son las condiciones que hay que cumplir para que un conocimiento sea considerado tal, lo que desde el modelo clásico, y tratando de superar el escepticismo, se responde que es gracias a un tipo de creencia que sea 1. verdadera y 2. justificada (aunque Gettier hace poco puso en cuestión que dichas dos condiciones pudiesen ser suficientes para adquirir conocimiento propiamente dicho).



Lo que busca desesperadamente Adam Curtis es situar en qué momento "se jodió la política" por decirlo con el personaje de Vargas Llosa.  La época dorada de la política estaría en el New Deal americano, cuando Roosevelt reaccionó contra la Gran Depresión incrementando la acción y el poder del Estado limitando la discrecionalidad de las empresas y, sobre todo, de las entidades financieras.  Sin embargo, aquí apunta por primera vez al mismo Roosevelt como el causante del cambio de paradigma desde el Estado hacia las grandes corporaciones a raíz de un encuentro que tuve en la etapa final de su presidencia, ya muriéndose a pasos agigantados, a bordo de un barco de la marina norteamericana en el Bitter Lake del Canal de la Mancha, con Abd al-Aziz ibn Saud de Arabia Saudita.  En esa reunión se produjo un acuerdo que según Curtis sería trascendental para el mundo porque cambiaría la importancia del poder político respecto del poder económico, como consecuencia inesperada de que Arabia Saudí garantizase el avituallamiento de petróleo a los Estados Unidos y Occidente a cambio de una cobertura militar que hiciera a Arabia impenetrable.  El rei Abd al-Aziz ibn Saud dejó muy claro a Roosevelt que aceptaría su petróleo pero no así las ideas y valores occidentales.  Y es que el saudí tenía sus propios planes imperiales: propagar su particular visión del Islam, el muy radical y fundamentalista wahabismo.




El lugar del planeta donde se viviría una partida de póker bélico a varias bandas fue Afganistán, donde las tribus y los clanes que allí vivían vieron como se rompía su ya frágil equilibrio con la llegada de las ideologías religiosas y políticas tanto del mundo musulmán como de Occidente.

Lo que pretende Curtis es superar los relatos simples y monocausales, estructuralmente fáciles de asimilar, podríamos decir: periodísticos, para mediante una integración histórica e ideológica comprender la complejidad de la realidad social, deberíamos decir: filosófica.  Y, sobre todo, es una tensión para al mismo tiempo que analiza y critica el discurso dominante, elaborar un discurso alternativa, una explicación que dote de sentido a lo que sucede.



La gran fuerza y originalidad formal le viene a Curtis de que rompe absolutamente con la predictibilidad de la imagen.  Usualmente hay una relación causa-efecto entre las imágenes, sólo rota por un cambio de secuencia o una elipsis, excepto en las películas surrealistas donde la lógica onírica subvierte la concatenación usual.  Lo que resulta fascinante es la articulación de imágenes en principio inconexas en un hilo argumental potente, de lo que resulta una embriagadora sucesión de imágenes bellas enmarcardas por la lógica de un discurso político en el que, a diferencia de las tesis dominantes sobre los diversos peligros que nos acechan (fundamentalmente uno, el fundamentalismo islamista), apunta como principal fuerza destructiva y peligrosa a... nosotros mismos, las ideologías occidentales.  En particular, como decía, la progresiva sustitución del poder político de inspiración democrática por el económico de raíces tecnocráticas.








La historia de Curtis empieza cuando el rey de Afganistan Zahir Shah quiere emular a Roosevelt con un plan de inversión pública para modernizar el país construyendo presas, carreteras y el resto de infraestructuras que configuraron el New Deal.  Las imágenes de archivo de los americanos que allí se establecieron, montados con la cadencia de un videoclip de los Pet Shop Boys, chocan con la contundencia del Afganistán en el que viven los autóctonos.






Pero tras el dinero hay una lucha de ideas, fundamentalmente entre el liberalismo, el comunismo, por parte occidental, y el wahabismo que viene de Arabia Saudí.  Entre Occidente y el wahabismo hay una tregua de interés.  Occidente necesita su petróleo y los beduinos su tecnología aplicada pero odian tanto la razón política y moral de Occidente como encuentran útil su razón instrumental (otros movimientos islámicos son igualmente puritanos, reaccionarios y violentos, como los Deobandi en la India).  Por su parte, Occidente desprecia la falta de derechos humanos, el machismo, la violencia, el nepotismo, la opresión,  la superstición, en definitiva, la sociedad cerrada y totalitaria con la que la "élite" islámica ha convertido la religión en un veneno para ratas.

Cuando los americanos terminaron sus proyectos de obras públicas en Afganistán comprendieron que el hombre propone y Alá dispone.  Las grandes presas trajeron consigo las amapolas, cambiando el entorno.  Y en mitad de la Guerra Fría, los pastunes, uno de los clanes afganos, se aprovecharon de la ayuda norteamericana, para imponerse al resto de tribus y etnias.  





1964, Faisal bin Abdelaziz entra en escena.  Pretende modernizar el país tecnológicamente: construye desde una burocracia hasta un sistema de bienestar social pasando por una televisión pública.  Ideológicamente es tan panislamista como anticomunista y antisionista.  Tuvo que encarar tanto a los reaccionarios internos, que veían un peligro para el Islam cualquier intento de modernización, como a los que veía como enemigos externos, desde otras corrientes islámicas hasta los comunistas e Israel. Para todos esas luchas creó una fuerza de choque ideológica: los líderes religiosos que infiltró en otros países y comunidades financiando mezquitas, escuelas y fundaciones.  Por ejemplo, en Pakistán.  Mientras, en Afganistán, el monarca era depuesto tras un golpe de Estado.


Por otro lado, los israelíes habían vencido fácilmente a las fuerzas árabes de ocupación y Arabia Saudí sacó a relucir su as en la manga contra Occidente




Esta es una historia conocida.  En lo que es un maestro Adam Curtis es en ajustar el foco de la historia a su tesis fundamental, una vez y otra repetida en los anteriores documentales



A través de las ingentes cantidades de dinero que los saudíes pusieron en sus manos y que ellos hicieron invisibles al control del gobierno norteamericano.  Los "petrodólares" eran dinero sin ley política, es decir, fluían a través de un sistema financiero "profundo" indetectable por el sistema político y económico del Estado.  El sistema financiero, apoyado en las nuevas tecnologías que hacían todas las mercancías, y por supuesto el dinero, mucho más líquido, se convirtió en un Leviatán en paralelo al del Estado.





En esa fascinante lucha de ideas e intereses que entrecruza Adam Curtis nos encontramos con un mi de religiosidad islámica e ideas revolucionarias de raíz occidental



junto al hombre que según Adam Curtis representa el triunfo de la visión economicista de la sociedad contra el paradigma político que encarnaba Roosevelt


En esa lucha entre el Bien y el Mal que Reagan enfatizaba, los enemigos de mis enemigos son mis amigos, llevado por la lógica maniquea.  Así que financió a los islamistas en Afganistán contra los comunistas soviéticos.  Curtis ilustra gráficamente lo que piensa del proyecto de los neoconservadores norteamericanos (cuyo liderazgo político representado en la figura del filósofo Leo Strauss ha analizado en otro documental, El poder de las pesadillas): un halcón, metáfora de la violencia, cegado, por prejuicios, ignorancia e ideología.


Lo que estaba haciendo Reagan era incubar el huevo de la serpiente wahabista al calor de la lucha contra los soviéticos.  




Entonces Curtis introduce sólo imágenes envueltas en una música espectral cuya sucesión por yuxtaposición nos sugiere las sensaciones que nos quiere transmitir Curtis a través de sus ideas políticas: 





O a la manipulación de la propaganda se opone la realidad de los muertos. Y mientras unos bailan, a otros les arrancan los ojos que hay que transmitir en el telediario de por la noche, imágenes impactantes con un grano de sal de sentimentalidad.  También tiene tiempo para disgresiones líricas en plan Terrence Malick




Continuará...
















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