"Las ideas son menos interesantes que los seres humanos que las inventan" FranÇois Truffaut

lunes, noviembre 10, 2014

"La única mujer domada es la violada. ¡Contribuya!" La extrema izquierda al asalto de las instituciones públicas



En el Museo Reina Sofía se puede contemplar un logo de una iglesia ardiendo en llamas, con el lema: “La única iglesia que ilumina es la que arde”.  En lugar de protestar y pedir su dimisión creo que los cristianos deberían entronizar a Manuel Borja-Villel, el director de ese templo de la cultura, porque a través de estas inocuas performances permite una catarsis en los grupos de extrema izquierda que hasta hace relativamente poco se dedicaban a quemar iglesias pero de verdad.  Durante la II República y la guerra civil española en la zona republicana se produjo una feroz persecución contra el clero católico, llegándose a ejecutar a 13 obispos, un 13 por ciento de los sacerdotes, un 23 por ciento de las órdenes religiosas y unos 20.000 edificios.  Los cristianos y el cristianismo tuvieron que volver a las catacumbas. Andrés Nin, un líder anarquista que sería asesinado por sus propios “camaradas” comunistas, reflejó mejor que nadie este odio anticlerical al decir que la revolución había hecho desaparecer el problema de la Iglesia por el procedimiento de no dejar ni una en pie y “suprimir” a los sacerdotes y el culto.  Cuando Negrín trató de restablecer la libertad de culto, los anarquistas se opusieron.  Durruti, uno de los héroes sanguinarios de los anarquistas, gustaba de repetir la frase que se atribuía a Kropotkin y que nos recuerdan ahora los artistas domesticados en el Reina Sofía.

Más recientemente los artistas Thyra Hilden y Pío Díaz le prendieron fuego a la catedral de Copenhague.  Afortunadamente, en lugar de las bombas anarquistas usaron una instalación de vídeo.  Y es que como nos advirtió Christina Rosenvinge “hasta Lou Reed se pasea con traje / y llama a su novia desde el hotel.”  Es decir, incluso los extremistas con la edad se aburguesan.  La performance de Hilden y Díaz se titulaba, no se quemaron la cabeza pensando, “La catedral de Copenhague en llamas” y tenía un objetivo simbólico: quemar las raíces de la cultura occidental (¡Olé!) Además tenían proyectado “quemar” la Fontana de Trevi, el Coliseo y el Louvre.  Del Santiago Bernabéu todavía no han dicho nada...

¿Los artistas pirómanos tienen derecho a expresar sus ideas destructivas?  Recordemos lo que a Karl Heinz Stockhausen le parecía la obra maestra total y absoluta del arte contemporáneo.  Por lo menos, admitámoslo siempre y cuando se mantenga en el plano de lo simbólico.  Pero,  ¿defenderían los museos de arte moderno a una Sociedad para el Fomento del Vicio (bendito seas, Thomas de Quincey) que hubiese estampado en una mazorca de maíz (sutil referencia a Faulkner, Claire Denis y Nacho Vidal) el lema "La única mujer domada es la violada. ¡Contribuya!"?  Parece que la libertad de expresión tiene unos límites u otros dependiendo de quienes sean los destinatarios de la agresión simbólica.  Federico García Lorca fue más asesinado que Pedro Muñoz Seca, por ejemplo.  De nuevo emerge la asimetría de la violencia.  Leonard Bernstein organizaba fiestas para los Pantera Negra o Yves Saint Laurent para la Baader Meinhof con la misma tranquilidad que Manuel Borja Villel organiza una kermesse contra la iglesia.  El que no tiene derecho a poner una institución pública al servicio de su ideología es el director de la misma, que actúa como un comisario pero no artístico sino político, primero desde el MACBA y ahora desde el Museo Reina Sofía, favoreciendo descaradamente a los artistas con una agenda de política radical de izquierdas con la excusa de la fragilidad de este tipo de arte.  Lo que además de incurrir en una flagrante prevaricación respecto a la función de una institución pública, resulta rotundamente falso en cuanto uno se toma la molestia de visitar las galerías privadas de arte que se encuentran justo detrás del Museo Reina Sofía, en las que el arte contemporáneo resulta de tanta calidad y variedad como en las mejores exposiciones que se pueden ver en el Museo Reina Sofía.

Lo que sucede en el Reina Sofía con Manuel Borja Villel es uno de los males endémicos del castizo ser español de izquierdas, que considera “lo público” como su cortijo particular desde el que oponer una agenda cultural contra el mercado, la iglesia, la democracia liberal y el resto de sus obsesiones patológicas.  En lugar de ser como en el ámbito anglosajón un lugar de elevación cultural y educativa al servicio del interés general, en España la izquierda tiende a instrumentalizar las instituciones públicas como un lugar de trinchera y guerra cultural, siguiendo los parámetros marcados por Antonio Gramsci según el cual un “intelectual orgánico” debe expresar mediante el lenguaje de la cultura las experiencias que el “pueblo” no puede articular por sí mismo.  De aquí le viene a Manuel Borja Villel la querencia por convertir al Museo Reina Sofía en una suerte de “Casa del Pueblo” revolucionaria desde la que agitar conciencias y seguir con la guerra civil, a ver si la ganan de una vez por todas y fundan un régimen marxista-leninista-zizekeano en el que todos seamos “reeducados” en una dictadura posmoderna, deconstructora y de género.

Por todo ello resulta cínico y macabro que el Museo Reina Sofía haya contestado, ante las protestas, que el Museo se limita a respetar las opiniones de aquellos que se expresan a través de las obras expuestas sin necesidad de compartirlas.  Como si la selección de las mismas no fuera en sí misma un acto de posicionamiento político, como si el hecho de abrir las puertas de la institución siempre en la misma dirección política no implicase un invisible, pero no por ello menos siniestro, proceso de dirigismo cultural y de censura de las manifestaciones artísticas que van contra la agenda política oculta por su director.  La exposición se denomina "Un saber realmente útil" (de connotaciones maoístas contra esos malditos intelectuales burgueses, sus torres de marfil y esa manía del saber por el saber mismo) y en el catálogo se puede leer:


Pero, insisto, ni hay que pedir la retirada de la exposición de intención blasfema ni la dimisión de Manuel Borja Villel.  Todo lo contrario.  Animo a sacerdotes y monjas a ir al Reina Sofía y hacerse selfies jocosos delante de dichas obras, a ser posible con un cartel que rece (nunca mejor dicho): “No nos quemarán, keep calm” mientras hacen el gesto de la victoria, en plan Beyoncé delante de la Mona Lisa.  Y eso sí que será una performance original, divertida, orgánica y, sobre todo, mediática.  Si no puedes con tu enemigo, al menos búrlate postmodernamente de él.



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